En abril me casé, por lo que tal y como manda la tradición queríamos hacer un viaje que recordáramos toda la vida. ¿Francia? ¿Italia? ¿República Dominicana? ¿EEUU? ¿Egipto? Todos nos parecían destinos típicos y tópicos para hacer un viaje de bodas. No somos de la clase de gente a la que le gusta apalancarse en la playa dos semanas o patear interminables y agrestes parajes naturales, por lo que ningún destino clásico nos llamaba la atención. Hasta que caímos en la cuenta de que sólo podía existir un lugar donde disfrutar al máximo de nuestro recién estrenado matrimonio: Japón.
DIA 1: Narita-Tokyo, Tokyo-Hiroshima
El primer día en Japón había sido extenuante y confuso. Llegamos a las 6:30 de la mañana a Narita y hasta las 17:00 de la tarde no llegamos al hotel. Todo fue una vorágine de papeleos (aduanas, Rail Pass…) estaciones de tren y tranvías. Sólo en la oscuridad de la noche, mientras paseaba por la azotea del hostal disfrutando de una merecida dosis de nicotina me di cuenta de todo lo que había visto durante toda la locura del día pasado: El futurista tren bala, tranvías tremendamente viejos pero increíblemente limpios, estaciones de tren con innumerables restaurantes y tiendas, pueblos de postal con sus casas de arquitectura típica japonesa, bosques de bambú… ¡Por fin estábamos en Japón!
DIA 2: Hiroshima – Miyayima, Osaka
Como un reloj me desperté tras 8 horas de sueño reparador en un sorprendentemente cómodo futón. A lo mejor no era tan cómodo como me pareció en su momento, pero me desperté super fresco y cargado de energía… a las 5:00 de la mañana. Me sentía como un niño en la mañana de Navidad. Me moría de ganas de salir a la calle y ver todo lo que podía ofrecernos Hiroshima. A las 7:00 estábamos paseando ya por el Parque Conmemorativo de la Paz. El lugar está cargado de monumentos que buscan dejar muy claro que Japón no olvida pero que tampoco busca venganza, sino todo lo contrario. Todo el parque es un homenaje a la paz y a los caídos esa fatídica mañana del 6 de agosto de 1945: La Llama de la Paz, la Campana de la Paz, la cúpula de la Bomba Atómica, el monumento de la Paz de los niños, el Cenotafio... Como es lógico también visitamos el museo de la Bomba Atómica. Es un lugar lóbrego y deprimente, hay cientos de objetos y hasta restos humanos que se recuperaron de los escombros. Una música tétrica te acompaña toda la visita, cosa que la convierte en una experiencia un tanto traumática pero necesaria. Destacaría las 599 cartas de protesta enviadas por los diversos alcaldes de Hiroshima durante toda la historia de la ciudad tras la bomba a todos los países que han realizado pruebas de armamento nuclear.
Cúpula de la Bomba Atómica: El edificio más cercano al epicentro de la explosión que quedó "en pie". |
Tras el museo nos fuimos al pintoresco pueblo de Miyayima, donde se encuentra una de las “postales” más típicas de Japón, el tori gigante en medio del mar al que se puede llegar cuando baja la marea. Un ferry nos acercó a la costa más cercana al tori donde una ajetreada multitud de tiendas de recuerdos y restaurantes te dirigía irremediablemente al mirador donde hacerse la foto de rigor. Paseamos por el primero de los muchos templos que vimos durante el viaje y así tuvimos nuestro primer contacto directo con el budismo más auténtico.
Comimos en un típico restaurante japonés regentado por una anciana y su (perezosa) nieta. Dos deliciosos katsu-don (arroz con cerdo rebozado y huevo) nos quitaron de golpe cualquier atisbo de miedo o duda respecto a nuestra alimentación durante las siguientes semanas.
A media tarde ya nos pusimos en ruta hacia Osaka. Como en Tokyo o Hiroshima la estación de tren era inmensa, con docenas de líneas de tren y metro, con infinidad de pasillos y galerías cargados de tiendas y restaurantes. Nos perdimos buscando el hotel (no es lo mismo la parada de tren “Osaka” que la de “Shin Osaka”…) pero finalmente llegamos gracias a la inestimable ayuda de Junko, una adorable mujer mayor que se desvivió por hacerse entender y asegurarse de que llegábamos a nuestro destino.
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