martes, 5 de marzo de 2013

Las sitcom, la manipulación mental y la educación



        Tengo una relación de amor/odio con las comedias de situación. Como todo telespectador he visto y seguido docenas de ellas y eso ha creado en mí un paladar extremadamente puntilloso con el género de la risa enlatada.

        Conforme han pasado los años y he madurado como telespectador he identificado cierta cantidad de patrones y clichés que con el tiempo han conseguido enervarme desmesuradamente y provocarme una violenta alergia hacia la mayoría de seriales por el simple hecho de tener la sensación de ver siempre lo mismo, de estar presenciando año tras año los mismos chistes, los mismos enredos y las mismas tramas con diferentes actores y escenarios.

        Series que antaño me mantuvieron como a tantos otros delante de la televisión como Apartamento para tres, La niñera, Padres forzosos, Matrimonio con hijos, Cosas de casa o Alf  ahora me resultan terriblemente aburridas, tópicas y moralistas. 

Encontrar hoy en día series como Drake & Josh, Hannah Montana, Joey, La vida de Zack y Cody o Los magos Waverly Place hace que odie la televisión. ¿Es que no han aprendido nada los guionistas en todo este tiempo? ¿Tenemos que tragarnos la misma puñetera bazofia una y otra vez con caras simplemente más jóvenes y con argumentos cada vez más trillados? Dudo mucho que sea el único que se haya dado cuenta de que son todo versiones “modernas” de Salvados por la campana, El príncipe de Bel Air o la familia Adams, eso sin contar que estas ya eran en su mayoría versiones modernas (para su época) de otras tantas series.

Aún así no es su falta de originalidad generalizada (con ciertas excepciones, claro está) lo que más me disgusta, ni sus personajes de cartón piedra estandarizados (el empollón, la rubia, el padre despistado, la madre maniática, el guapo, el gracioso…) sino sus esfuerzos dogmáticos de moralizar y dictaminar lo que es bueno y malo. La gran mayoría de sitcoms clásicas pretenden ser algo más que simple entretenimiento, pretenden educar al telespectador y hacerle equiparar la realidad con la ficción mostrada. No es simple casualidad que todas muestren unos patrones tan parecidos y unos argumentos tan similares, es la forma que tienen de “educarnos”, por repetición, por bombardeo masivo y constante de estereotipos, prejuicios y chistes. 


Tampoco es que quiera amargar al lector con una sarta de elucubraciones paranoides, quejas y pataletas, pero necesitaba descargar un poco de bilis acumulada por mi general desencanto ante el sabor a refrito y a telebasura del que hacen gala la mayoría de nuestros canales de televisión. ¡Bueno! Ya que he empezado descargaré un poco más de odio en dirección a las sitcom españolas, que no solo pecan de perpetuar los mismos gags y de copiar (en algunos casos literalmente) algunos guiones sino que además tienen la horrible costumbre de alargar las series de éxito hasta el punto de desvirtuar y echar a perder lo poco que tenían de divertidas u originales. Series como Siete vidas, Los Serrano o Aída han acabado por dejar por los suelos los logros conseguidos en sus primeras temporadas a base de repetir chistes hasta la saciedad, alargar y destrozar la historia por negarse a terminarla y destruir su intrínseca originalidad al desaparecer casi por completo el elenco de personajes protagonistas y sustituirlos por nuevos personajes que no aportan nada decente.

En una ocasión leí que el secreto en televisión consiste en repetir siempre lo mismo. En verdad el telespectador medio no quiere que lo sorprendan con argumentos valientes, chistes nuevos o personajes realmente profundos, sino que prefiere que lo distraigan con las mismas comedias una y otra vez, anestesiado por un humor enlatado ajeno a la verdadera realidad del crudo mundo que existe más allá de la pantalla.

Cual teoría conspiratoria surgida de una mente senil y paranoide me pregunto si el alud de sitcoms mediocres que nos han bombardeado el cerebro a diario durante décadas no es un arma más de manipulación mental, confundiendo nuestros sentidos, entumeciendo nuestro juicio y destruyendo nuestro criterio. Telecinco, Antena 3, MTV, Disney Channel. FOX… ¿no serán estos canales (entre otros muchos) uno de los grandes problemas de la sociedad actual? Crean falsos estándares de normalidad, generan prejuicios enmascarados en gags cómicos y provocan modas y gustos que sustituyen valores morales indispensables.

 En una época en la que los pilares básicos de la sociedad occidental se tambalean con violencia es bueno que nos paremos por un momento a pensar en qué nos ha estado enseñando la televisión toda nuestra vida, entendiendo a la televisión no solo como el aparato que nos procura cierto entretenimiento, sino como la ventana al mundo que invade nuestros hogares cada día una media de tres horas como poco.

        El papel educador de la televisión es algo obvio, es palpable desde la más tierna infancia y, por lo tanto, sus contenidos son lecciones morales, sobre la vida, sobre el mundo, sobre todo lo que nos rodea, que se implantan subliminalmente en nuestro interior. Los detractores de esta postura dirán que “nadie está obligado a ver y a creer lo que transmite la televisión”, pero en mi opinión el hecho de que la mayoría de hogares del mundo tengan un televisor es argumento más que suficiente para demostrar lo contrario.

        Demostrado el valor educacional de la televisión centrémonos en las comedias de situación, ¿Qué nos enseñan? ¿Qué nos han inculcado a lo largo de los años con insistencia y repetición?
        Si nos fijamos primero en las comedias adolescentes vemos que crean una marcada distinción entre lo moderno, cool y divertido y lo responsable, juicioso y serio. El protagonista acostumbra a ser un tipo gracioso, popular, vago y oportunista, siempre pendiente de aprovechar la ocasión para sacar tajada, gastar una broma o crear conflicto. Los empollones son unos pringados, son objeto de abusos y burlas, dan completamente igual sus esfuerzos en los estudios puesto que en verdad lo único que desean es ser igual que el protagonista. Los deportistas son tontos y por lo general unos matones que tienen éxito con las chicas. Las chicas por su parte (si no son empollonas) son unas brujas criticonas obsesionadas por la moda que no dejan de suspirar por el chico guapo de turno. Diferentes modalidades de estos estereotipos sitúan el peso del protagonismo en la chica (deseosa de ser popular y encajar) o el empollón (deseoso de encajar y ser popular). ¿Creéis que el hecho de que los personajes mínimamente responsables, trabajadores y estudiosos sean sistemáticamente ridiculizados fomenta entre la juventud los valores del esfuerzo, la constancia y la superación? ¿No creéis que el hecho de que las chicas de las series estén constantemente pendientes de su aspecto, de ser populares y de gustar a los chicos fomente un marcado amor por la superficialidad que dista mucho de los valores de la lucha feminista? Curiosamente las series enfocadas para los jóvenes hacen un especial esfuerzo en matizar la importancia de la popularidad y el aspecto físico en detrimento del auténtico desarrollo personal. ¿Realmente son temáticas apropiadas para los extremadamente influenciables adolescentes? ¿No les crean este tipo de series una percepción distorsionada de la realidad? A mi parecer todo huele a lobotomía, a reeducación para transformar a los jóvenes en ávidos consumidores de ropa de marca y todo despropósito de artículos que les hagan creer mejores y más populares por el hecho de poseerlos (coches, cremas, perfumes, joyas…).

        Tomemos un nuevo ejemplo, esta vez en la sitcom más tradicional, la familiar. En este tipo de serial se procura tomar como familia protagonista una típica familia del país de emisión. La más característica, la americana. ¡Y cómo nos gustan los americanos! Papá acostumbra a ser un entrañable regordete que trabaja muchas horas y cuando llega al hogar los problemas se le acumulan. Mamá es un ama de casa estricta y maniática que dirige la casa con puño de hierro, sermoneando y castigando por igual al marido y a los hijos. Los hijos por su parte son diversas modalidades de los jóvenes de las sitcom adolescentes o críos más pequeños y adorables que hacen las delicias del espectador con todo tipo de monerías y que actúan con más cabeza y sensatez que los adultos. Por supuesto existen diversas variantes, el padre es el estricto al que todo el mundo ignora, la madre es la cándida y adorable esposa  etc… El resto del reparto lo conforman los vecinos, que acostumbran a cubrir el resto del espectro demográfico estereotipado: El negro/indio/asiático/latino, el soltero fiestero, el gorrón, los viejos cascarrabias, el matrimonio joven…  Las tramas por supuesto no tienen desperdicio alguno. La premisa por norma general acostumbra a ser algún tipo de fechoría, sorpresa, confusión o secreto que provocará irremediablemente una sarta de mentiras, engaños y ardides hasta llegar al clímax final donde se destapará irremediablemente el complot con la consiguiente regañina, lección moral o moraleja.  

En el caso de las sitcom de corte típicamente familiar los mensajes que nos mandan son contradictorios. Por un lado enfatizan hasta el aburrimiento la importancia de la unidad familiar mientras por el otro muestran como entre los personajes, capítulo tras capítulo, se engañan y se manipulan. Esconder los errores cometidos,  evitar las responsabilidades a toda costa,  abusar de la confianza… son algunas de las lecciones más llamativas que se hacen hueco en nuestro córtex cerebral.
        Muchos pensareis “oye, la moraleja final es justamente todo lo contrario a lo que estás diciendo”. Es cierto, de eso no hay duda alguna. Pero pensad un momento, ¿qué es lo que más recuerdas de un capítulo de este tipo?, la aburrida reflexión final o los divertidos momentos cómicos en los que los personajes hacen lo imposible para evitar que los pillen con las manos en la masa de algún endiablado plan que les exculpará de la pena por haber cometido alguna tropelía. No olvidemos que el humor es una herramienta educacional muy eficiente. A todo el mundo le gusta hacer cosas que le divierten, y si ver cómo un marido despistado engaña de mil formas a la mujer para evitar ser reprendido por olvidar el aniversario de boda es divertido… no será para tanto eso de manipular y mentir…

        Por supuesto que no estoy atacando a las sitcom con el argumento de que sistemáticamente nos lavan el cerebro para convertirnos en personas zafias, arteras, mentirosas y superficiales. ¡No por favor! Dejo a las asociaciones de padres la tarea de esgrimir ese tipo de argumentos.

        Lo que quiero plantear con este breve escrito es que hemos de ser capaces de ver con perspectiva las sitcom. Que estas no son un reflejo fiable de la realidad a pesar de las grandes similitudes y paralelismos. Las comedias de situación son deformadas y exageradas caricaturas de la vida. Divertidas por sus semejanzas con nuestra vida y por lo irreal de sus desarrollos. El peligro que estas conllevan no radica en los valores que subliminalmente nos infunden sino en cómo por desgaste erosionan y flexibilizan los que ya tenemos.

Cualquier persona con dos dedos de frente es capaz de comprender que la mentira y la extrema superficialidad están mal, pero en cambio uno puede volverse mucho más tolerante ante estas deplorables actitudes si durante años se las han estado “vendiendo” a través del fácil y dulce humor.  En  lo que respecta a personas adultas, coherentes y formadas el “peligro” de las sitcom es este… en el caso de los niños es mucho mayor.

Como diría Helen Lovejoy “¡¿Es que nadie va a pensar en los niños?!”. Los niños están en un proceso continuo de aprendizaje. Todos los valores que los formarán como personas se aprenden de los padres y de los allegados más cercanos. Teniendo en cuenta las horas de televisión que ve el niño occidental medio, unido a unos padres cada vez menos implicados en la directa educación de sus hijos y un sistema educativo en decadencia, nos encontramos con generaciones perdidas, con jóvenes con una bizarra visión del mundo, con unas prioridades absurdas y unos objetivos insulsos. ¡Quien diga que exagero que por favor mire Gandia Shore! Quien diga que no son “toda una generación” que se informe sobre lo que es la Generación Ni-Ni (Ni estudia Ni trabaja).

Muchos factores socioculturales y económicos han provocado el derrumbe de los valores éticos que hicieron del mundo occidental la cultura más poderosa en términos de desarrollo. Hemos dejado en manos de los bancos y las multinacionales el timón de nuestra sociedad. Nos han entumecido el espíritu de lucha, nos han manipulado durante décadas, nos han dado tanto circo que han conseguido que no nos importe que no haya pan para todos. 
 
Para terminar solo me queda matizar una vez más que no culpo a las sitcom de todos los males del mundo ¡ni mucho menos! Pero hemos de ser capaces de comprender que su contenido, su mensaje y sus intenciones van más allá del simple e inocente entretenimiento.